Castidad Evangélica
Para nosotros, la castidad significa elegir a Cristo como Esposo exclusivo y amarlo con un corazón indiviso. El amor esponsal de Cristo nos abraza en alma y cuerpo; por eso no nos casamos. Ya ahora estamos invitados a vivir como todos los salvos en el cielo, donde «ni se casan ni se dan en casamiento» (Lucas 20:35). Sin una familia propia, sólo podemos preocuparnos de los asuntos del Señor y tratar de agradarle sólo a Él (cf. 1 Cor 7,34).
Mediante el voto de castidad queremos responder al amor esponsal de Cristo.
Gracias a este testimonio se ofrece al amor humano un punto de referencia seguro, que la persona consagrada encuentra en la contemplación del amor trinitario, que nos ha sido revelado en Cristo. Precisamente porque está inmersa en este misterio, la persona consagrada se siente capaz de un amor radical y universal, que le da la fuerza del autodominio y de la disciplina necesarios para no caer en la esclavitud de los sentidos y de los instintos. La castidad consagrada aparece de este modo como una experiencia de alegría y de libertad. Iluminada por la fe en el Señor resucitado y por la esperanza en los nuevos cielos y la nueva tierra (cf. Ap 21, 1), ofrece también estímulos valiosos para la educación en la castidad propia de otros estados de vida. (Vita Consecrata, 88)
Madre del Gran Abandono, Humilde Esclava del Señor, me entrego a Ti sin reservas
para que compartas a mi corazón tu amor a Jesús.